jueves, 25 de agosto de 2011

LAS AVENTURAS DE SU FEI

Las vacaciones llegaban a su fin.
Habíamos regresado del maravilloso viaje del sur. Hong Kong, Macau, Shanghai, Hangzhou.
Sólo quedaban dos semanas más.
Tratamos de pasear al cien por cien. El calor ya estaba presente.
Me sentía confundida. Pronto estaría de vuelta al mundo real. Mi mundo real.
Miraba las calles Pekinesas con nostalgia profunda.
Nuestra calle, nuestra casa, nuestras cosas, nuestra vida en China estaba quedando ahí.
Mi Martín se quedaría ahí.
Empecé a despedirme de los pocos que había conocido.
Mi sensación de despedirme de un lugar al que probablemente no volvería nunca jamás empezó a estrujar mi corazón.
Todo se hacía nostálgico.
Todo  se estaba quedando en esa lejana ciudad.
Ahora miro atrás y puedo recordar con claridad todos los momentos y pedacitos de lugares por donde pudimos pasear.
Cuando cierro los ojos veo un mundo diferente. Un mundo hermoso, lleno de ilusiones, de logros, de aventuras. Sobre todo de aventuras.  Muchas aventuras que vivimos sólo los dos: Martín y yo.

No sé cuándo vuelva a escribir, ni cuándo vuelva a ese país.
Sólo sé que mis recuerdos quedarán ahí.
Estáticos. Inmóviles.
Por siempre y para siempre.
Su Fei

martes, 19 de julio de 2011

LO MARAVILLOSO DE HONG KONG

Desde Beijing habíamos hecho las reservas de los respectivos hoteles. El de Shanghai había estado buenísimo. Era un hostel lindo, limpio y acogedor.
Cuando llegamos a Hong Kong nos dimos con la grata sorpresa de que el hostel que nos alojaría durante casi una semana no tenía ninguna semejanza al anterior.
Mi cara de espanto y terror no se hizo esperar. Martín jalaba la única maleta que habíamos llevado. Estábamos parados en medio del Chunking Mansions. La idea de quedarnos en ese lugar pestífero había sido total decisión nuestra, convencida por cierto, tras ver la película con el mismo nombre del motel. Nuestra fascinación por Wong Kar Wai nos había jugado una mala pasada. La entrada para llegar a nuestra habitación era por un ascensor de metro por metro donde cabían 8 personas. Todos aplastados, sudados, teníamos que subir por él.
La habitación parecía la celda de cualquier presidiario. 5 por 5cm. Nos organizamos para no chocarnos. Cuando uno entraba al baño, el otro tenía que quedarse echado.
Nos alistamos para salir a pasear en nuestro primer día Hong Kongkonés.
Poco a poco mi desilusión fue pasando. Caminar por las primeras calles de la ciudad nos iba llenando de emoción. Nada podía malograr nuestra futura estadía, ni el calor espantoso y pegajoso, ni la idea de pensar en el hotel asqueroso que nos esperaría por las noches.
Fueron días hermosos. Paseamos como condenados. Imparables. Nada nos detenía. Ni el hambre (que tenía por cierto, a cada momento).
Fuimos en tranvía, en ferry, en cablecarril. Poco nos faltó para viajar en burro, pero la modernidad y facilidad de Hong Kong nos permitió pasear en todos lo medios más lindos y divertidos que pueden existir.
Volver al hostel ya no era un suplicio, hasta eso me parecía divertido. Meternos por esos pasadizos (similares a los pasadizos de cualquier centro comercial del centro de Lima) lleno de comerciantes, de gentes de todas partes del mundo, sobre todo hindúes, árabes, musulmanes, turcos, negros, por ahí algún gringo, haciendo negocios limpios en el día y seguramente sucios en la noche, me hacía sentir feliz.
Todo Hong Kong me hacía feliz. El malecón. Los mercados de noche, los de comida, los centros comerciales, los parques, los edificios, los subterráneos, los chinos más británicos que chinos, aunque al fin y al cabo chinos, las combis parecidas a las de Lima, estar con Martín ahí, paseando juntos, los dos, yendo de una isla a otra en ferry me hacía la mujer más feliz.
Quedaban pocos días para volver. Ninguno de los dos quería hacerlo. No queríamos volver a la realidad. Porque la realidad era llegar a Beijing para que en dos semanas yo tomará vuelo de regreso a mi ciudad.
Nos despedimos del Chunking Mansions tomándonos fotos y haciendo algunos videos (para nunca más volver a él), para no olvidarlo jamás y haciendo la promesa de volver a Hong Kong y visitarlo mil y un veces más.






viernes, 24 de junio de 2011

LOOKING AROUND

Nos levantamos temprano para seguir con el camino decidido. Tomamos un buen desayuno en una callecita muy top y linda cercana al hotel. Arrancamos con rumbo desconocido pero por conocer.
El calor era aplastante, pero ni eso podía detener nuestro andar.
Paseamos por la Plaza del Pueblo, por el Templo Taoísta, fuimos al Buda de Jade, por la zona de los rascacielos, por el Bund.
Ya por la tarde le comenté a Martín (venía pensando en eso desde el primer día):
¿Puede ser, o son ideas mías, que todos los chinos me miran?
Martín respondió fuerte y claro: Sí, todo el mundo te mira.
Me quedé tonta, pensaba que me respondería negativamente.
¿Pero por qué? Empecé a soltar ideas o intrigas de esto.
¿Será por qué parezco china? No, porque sino sería así también con los otros chinos.
¿Será por qué estoy con la falda muy corta? No, porque no la tengo tan corta y porque las chinas usan las faldas incluso más cortas.
¿Será por qué estoy muy blanca? No, porque hay chinas mucho más blancas que yo (las chinas no toman nada de sol).
¿Será por qué soy turista? No, porque hay miles de turistas y hasta los turistas me miran.
¿Será porque estoy muy flaca? No, porque las chinas son recontra flacas.
¿Será porque soy alta? No, porque las chinas son más altas que yo.
¿Será porque estoy con mi gringo? No, porque hay chinas con gringos.
Solté miles de interrogantes pero no hubo una respuesta contundente de ninguno de los dos.
A diferencia de Beijing, en Shanghai, todos están pendientes del otro, de la moda, de cómo te ves, qué llevas, qué no.
Me quedó claro que ese temple es muy marcado entre los citadinos Shanganeses.
Con el pasar del viaje y los días fui cerrando esta idea hasta llegar a esta conclusión. Ahora recordando, me vuelve a venir la duda y la intriga de por qué me miraban tan fijamente los chinos y no chinos de Shanghai.


martes, 21 de junio de 2011

PRIMER TRAMO

Primer tramo

La hermosa Shanghai

6 de la mañana. Aeropuerto de Beijing.
Medio dormidos y entusiasmados esperábamos subirnos al avión: China Airlines.
Casi dos horas de vuelo.
Estábamos ahí. Caminando con nuestra única maleta, muertos de calor a tan sólo las 10 de la mañana.
Llegamos al hotel. Un lindo hotel. Nos acomodamos y dormimos un rato.
Salimos sueltos de ropas en busca de Shanghai.
Árboles. Calles estrechas. Edificios altos.
De pronto estábamos en el museo de arte. Fascinados.

Felices. Nos sentíamos felices. Cagados de calor pero felices.
Seguimos por Nanjinglu, calle peatonal llena de negocios. No descansamos ni un minuto (salvo para comer).
Llegamos hasta el río Huangpu. Los edificios de en frente, todos tan distintos entre sí, nos acompañaron esa primera tarde.
Toda la ciudad estaba llena de gente. Todos paseando. Tomándose fotos, comiendo algo.
Era sábado.
Temprano, nos encontramos con nuestro amigo Scott, su mujer y su linda hija: Kitty.
Ellos se habían mudado de Beijing a Shanghai. Fuimos a cenar por la concesión francesa. Todo tan top! Ése fue el único momento en el que no comí casi nada. Tenía mucho calor. No me entraba ni el agua.
Me entretuve con Kitty que no dejaba de mirarme. Su chino era hermoso.
Luego fuimos caminando por distintas calles céntricas de la ciudad agarrados de la mano con Kitty que no quería soltarnos, ni a Martín ni a mí ni un instante.
De regreso al hotel, muertos, caímos rendidos hasta que me desperté porque en ese momento sí tenía hambre y salimos por ahí en busca de los famosos dumplings de Shanghai. Ya con la barriga llena y el corazón contento nos fuimos a descansar en nuestra primera noche del viaje.



miércoles, 15 de junio de 2011

VIAJES

Entre viajes y situaciones me he visto alejada de este espacio.
Pronto, muy pronto, nuevos y diversos posteos...

jueves, 28 de abril de 2011

SUBTERRÁNEO

 
Como su nombre lo dice, subterráneo es el apelativo perfecto para caracterizar a los chinos a la hora de sumergirse en el otro subterráneo: el Subte o el Subway.
Ya he mencionado la amabilidad, tranquilidad y paciencia que tienen estos seres a la hora de enfrentarse a la vida. Por ello cuando uno se dispone a salir, tiene la certeza de que andará seguro por el lugar que sea.
Salvo en esta excepción, este sentir subterráneo se apodera de cada pensamiento, acto, maniobra y talante chino.
Los chinos se transforman en seres odiables, agresivos y maleducados.
En occidente, existe la consigna (al menos en los países civilizados, no es el caso de Perú) de hacer cola o fila, esperar a que se bajen del tren para luego subir, no empujar, PEDIR PERMISO, preguntar si vas a bajar; dar el asiento a mujeres con niños, ancianos, minusválidos, etc.
En Beijing, no existen tales normas de urbanidad.
Subir al subte pekinés (siendo de los más modernos en el mundo) es vivir una experiencia subterránea.
·Te aplastan.
·No piden permiso.
·Si estás parado como primero en la fila (imaginaria), se van a poner incluso más adelante, casi cayéndose a los rieles del tren para subir antes que tú.
·No esperan a que bajes del tren. Al abrirse las puertas turbas de gentes ingresan aplastando a cuanto individuo intente bajar.
·Cuando estás adentro los que bajan no te piden permiso para pasar. Te atropellan con total seguridad.
·Si te quieres sentar (aunque es muy raro encontrar asiento) te van a robar el sitio así vayas descuartizado.
Me ha pasado en repetidas oportunidades que estoy a punto de sentarme, pero a punto, con el culo casi en el asiento y ha venido un señor corriendo y me ha arrebatado el lugar como si fuera el juego de la silla. Por poco y no he quedado sentada encima de varios chinos atolondrados.
Corren, se alocan, se transforman a la hora de viajar en tren.
Recién ahora estoy empezando a comportarme como ellos. Ayer me descubrí corriendo como loca para agarrar un asiento, empujando a todo ser cuanto se aproximaba a él.
Antes luchaba con ese comportamiento. Pedía permiso: Wo xia.
Ahora meto golpe.
Es un sentir subterráneo y una experiencia subterránea viajar en subterráneo.

martes, 19 de abril de 2011

NO SE VA...


La primavera llegó hace tiempo. La gente empieza a reunirse en las calles. A jugar al mahjong. A salir a pasear con los niños. A cantar. A bailar. A hacer música.
Los chinos grandes, los aún tradicionales hacen esto y más.
Los jóvenes han perdido esa originalidad. La globalización los ha atrapado y embelezado.
Algunas imágenes de este mundo chino que no quiere desaparecer.