viernes, 25 de febrero de 2011

DOMINACIÓN


DOMINACIÓN es la palabra más ilustrativa que encuentro para denominar la relación que tengo con mi profesora de chino, la querida Yahui.
Cuando la conocí no me percaté de sus mañas. Pasaron varios días para que me fuera dando cuenta de  que había algo raro en esa manera de relacionarse conmigo.
Las clases las hacemos en nuestra casa. Ahí todo fluye con naturalidad, bueno casi todo, porque cuando le ofrezco un té, un vaso con agua, una galletita, algún postrecito que hizo Martín, no me acepta ni el agua.
Todo empezó cuando le pedí que me acompañara a la clínica donde me hago acupuntura. Necesitaba una intérprete para explicarle mis molestias a la doctora. Fue muy amable en venir un domingo para ir juntas a dicha cita.
En el camino de casa hasta la clínica noté pequeños indicios de su carácter dominador. Ni bien salimos, me agarró del brazo y fuimos juntas, casi abrazadas hasta el lugar.
Unos días después llegó a la casa diciendo que me había sacado una cita en una escuela de danzas tradicionales chinas –yo le había comentado que quería estudiar algún curso de danza–, me dijo el día, la hora y… el lugar no, porque dijo que ella me acompañaría.
El día llegó, yo estaba bastante entusiasmada. Pasaría toda la mañana y la tarde con Yahui, porque después teníamos clases de chino en casa. Nos encontramos en la estación de tren. Llegamos a la clase de prueba. Ella se sentó –adentro, en el salón– a observarme. Terminó la clase y me dijo que se moría de hambre, yo también, la verdad. Le pregunté qué quería comer. Quería proponerle ir a un restaurant cerca de  casa que es muy rico y nada caro, por si ella no tenía mucho dinero y además porque en realidad pensaba invitarla (aunque intuía que no me aceptaría). No pude hacerlo, me dijo tajante: Yo voy a comer en Carrefour. ¡Ah! pensé, seguro es por la plata, quiere comprar algo al paso, para llevar. ¿Y tú? Preguntó. Yo también –qué me quedaba…
Pero mientras caminamos, agarradas del brazo por supuesto, me di cuenta de que nos íbamos metiendo a un shopping (dentro está el patio de comidas) hasta que llegamos al lugar. No era Carrefour. Era Xiabu Xiabu, sitio donde se come la olla mongola. No sé si cambió de parecer y ni lo mencionó o no supo explicarme a dónde quería ir. Me dijo: aquí vamos a comer. Pensé: demonios, a mí no me gusta mucho la olla mongola.
Nos sentamos e hizo el pedido. Yo veía que los platos que rondaban eran gigantescos. Le dije: Yahui, qué te parece si compartimos. No –me dijo– es uno para cada una. Pero es muy grande, no sé si termine. No –volvió a decir– uno para ti y uno para mí. OK, me comeré todo el plato. Felizmente que la salsa de sésamo donde se mezclan los vegetales y carnes no estaba muy amarga, es decir pude comer bastante bien la olla mongola.
Durante el almuerzo no me habló, sólo comió y comió. En un momento me acordé y saqué mi cámara de fotos (va conmigo a todos lados), quería tomarle una foto al plato pero pensé, mejor le tomo a Yahui con los platos. NO. Me dijo. No quiero. Pero Yahui, quiero tomarte una foto. ¡NO, TE TOMO YO LA FOTO! Bueno, yo sólo quería tenerte de recuerdo (con vocecita triste). Ni se inmutó con mi comentario final. Agarró mi cámara y me sacó la foto. Terminamos de comer y enrumbamos a casa. Estábamos con la hora pero Yahui quiso que paseáramos un rato por el centro comercial. Qué podía decirle yo. Me decía: ¿quieres ver algo? No, la verdad. Y me hacía entrar igual a las tiendas. Tienes que hablar chino, tienes que escuchar chino. Tienes que salir más. (No sé porqué Yahui piensa que nunca salgo, siempre me dice lo mismo).
Hasta que de pronto decidió que era hora de irnos. Tomamos el tren. Siempre agarrada de mi brazo. Cuando bajamos de él nos dirigimos hacia la salida habitual. No, me dijo, saldremos por acá. Para ese entonces yo ya no decía nada, sólo obedecía.
Llegamos a casa y sentí un gran agotamiento pero obviamente no podía ni mencionarlo porque teníamos la clase, y no quería causar ninguna reacción desfavorable para mí.
Nos hemos ido dando cuenta con el pasar de los días, semanas y ya meses, que los chinos son personas muy amables, demasiado amables, hacen todo por ayudarte pero con sus reglas, a su manera. Puedo decir que son las personas más tercas que he visto en mi vida (y eso que vengo de la familia Pasco…). Nada les hace cambiar de opinión. La lógica occidental no interesa. Ellos tienen su propia lógica, la oriental. Siento ternura. Me río por dentro porque son tan buenos que no puedes ni molestarte con ellos.

La foto sacada por Yahui