viernes, 25 de marzo de 2011

DE SEDA


Nuestro primer aniversario estaba por llegar. Teníamos que ponernos chulos. Martín me dijo que iríamos a un mercado donde encontraríamos cosas lindas y de oferta.
El día llegó. Nos enrumbamos hacia el mercado de la seda. En el camino me advirtió: bajo ningún motivo vayas a preguntar por el precio, sólo preguntarás si es que algo te gusta demasiado o intuyes que lo vas a comprar.
Incrédula yo, lo primero que hice al entrar fue acercarme donde una vendedora y charlar sobre costos y rebajas.
Todo se conviritó, no sé en qué momento, en discusión y amenazas.
Ella me pedía que le comprara a toda costa. Yo recién entraba al lugar y no quería apresurarme. Decidí irme. Me jaló del brazo y me regresó al stand. Miré a Martín con cara de susto para que dijera algo, no dijo nada. La vendedora empezó a martillarme la cabeza para ponerle yo el precio a la blusa. Me dio su calculadora para escribir el número. No sabía qué hacer. Me dio miedo. No paraba de hablar. Su volúmen era muy alto. Al principio nos había hablado en inglés pero al darse cuenta de que éramos hispanohablantes empezó a hablar también en castellano. Me sentí atrapada. No tenía escapatoria y tenía su calculadora en la mano. No podía decirle a Martín nada porque ella entendía todo. Lo miraba con cara de susto y trataba de comunicarle que nos fuéramos de ahí. Me sentí tan presionada que terminé comprándole la blusa.
Nos alejamos asustados, yo más que él y le dije: no hemos debido venir.
Pero seguimos caminando por los pasillos del gran mercado. Subíamos y bajábamos los pisos. Sólo miraba. No me atrevía a preguntar nada. Mientras íbamos viendo las cosas las vendedoras nos acribillaban con frases como: whele ale you? Vely chip. Come on. Plegunta. Muy balato. Yo estaba muy aturdida. Poco a poco empecé a darme cuenta de la dinámica del lugar. Veía como a todos los extranjeros los atormentaban con su tono agudo y ellos muy tranquilos discutían sus precios. Así tengo que hacer, pensé. Pero no estaba segura. Me había bloqueado tremendamente. Pasó un buen rato. Veía como Martín negociaba y de a poco empecé a entrar en valor. Ya estábamos por irnos cuando dije: espérame voy a preguntar por esta cartera. Lo hice. Estaba segura de que la quería. Me dio el precio inicial: 750 yuanes (375 soles). Es mucho, respondí. Me agarró la mano y puso la calculadora en ella (objeto clave para empezar la negociación). Para esto ya me había armado de valor. No la quiero, le dije. Which is the price? Respondió ella. Yo con la calculadora en la mano: 100. Y empezó la negociación. Finalmente me llevé la cartera por 125 yuanes (casi 65 soles) entre jaloneos y ruegos. La agarré y salí disparada de ahí. Mientras nos íbamos del mercado le dije otra vez a Martín: no quiero volver a este lugar nunca más.
Eso fue una mentira.
Volví una y otra vez. Tan es así que descubrí un mini mercado de seda en Sanlitun (barrio donde viven muchos extranjeros), entonces cada vez que vamos por el barrio nos metemos un ratito para ver qué encontramos. Ahora puedo ir yo sola. Hacer mis negociaciones sin mayores problemas y sobre todo comprar cada tanto un antojo DE SEDA.

martes, 15 de marzo de 2011

RAISE THE RED LANTERN


Hace dos meses y medio fuimos con Martín al National Center For The Performing Arts. Queríamos comprar entradas para la Ópera de Pekín. Estaban agotadas. Pudimos reconocer de la cartelera el nombre: Zhang Yimou. No dudamos ni un segundo y compramos los tickets para el 13 de marzo. Era todavía diciembre de 2010, pleno invierno. Las semanas transcurrían entre salidas a comer, paseos por la ciudad, el año nuevo chino, pero en mi cabeza, rondaba todo el tiempo ese domingo 13. Revisaba en mi agenda y contaba las semanas que faltaban para ese día. Las entradas las había guardado en un cajón, bajo siete llaves.
El día llegó. Tomamos el tren con una hora de anticipación, queríamos llegar temprano para pasear dentro del teatro. Había preparado mi cámara, tenía doble batería por si se acababa. Estaba muy nerviosa. Intuía que algo grande iba a ver. Ni bien entramos al teatro nos esperaba un muro de seguridad. Como en el aeropuerto, pasaron mi cartera por el scanner, me quitaron la cámara y pasamos por un detector de metales.
Todo mi plan macabro de sacar cuanta foto pudiera y hacer algunos videitos fue aniquilado. Me puse triste. Martín me dijo: Es mejor, así estarás totalmente dada al espectáculo, lo disfrutarás más. Y tenía razón. Entramos a una sala de exposiciones de fotos, videos, maquetas y vestuarios de los montajes que se presentan ahí. Monstruosos montajes. Ya ahí me encontraba fascinada. Luego nos dirigimos a la sala más importante, al teatro en sí. Caminamos por un pasadizo o túnel enorme y largo lleno de lámparas rojas estilo muy chino, mientras arriba nos acompañaba la laguna artificial que se ve desde afuera del teatro. Llegamos. De pronto estábamos debajo de toda esa cúpula hecha de titanio y vidrio. Nuestras cabezas se inclinaron hacia arriba para mirarla. Miramos la hora y ya era momento de entrar. Subimos tres pisos por escaleras mecánicas para llegar hasta nuestras butacas. Habíamos conseguido aquel diciembre asientos en la última fila. Entre broma y broma decíamos: no vamos a ver ni una goma. Pero para nuestra sorpresa, el teatro estaba tan bien diseñado y tan bien hecho, que el escenario lo teníamos como si hubiéramos comprado boletos en los primeros asientos. Miles de almas se acomodaron. Teatro lleno. Apagón.

Lámparas chinas. Una mujer. Hombres. Baile. Música. Vestidos. Canciones. Danzas. Mesas. Biombos. Paneles. Pantalla. Zapatos de ballet. Telas. Ópera. Luces.
Una mujer está enamorada de un joven. La quieren casar con un hombre viejo. Ella huye, sólo quiere estar con su único amor.
Baila. Lucha. Sufre. Llora. Ama. Vive. Danza. Cae. Vuela. Baila. Danza. Baila.
El pueblo hace apuestas. Hay conveniencias. Se enfrentan.
La perfección de los movimientos y la perfección de los sonidos hacen que el espectáculo sea arrollador. Auténtico. Verdadero. Original. Chino. Único.
Sólo belleza. Armonía. Magia. Fantasía. Artistas. Siglos. Tradición.
Todo tiene sentido. Todo calza. Nada sobra. Nada basta.
Mudos. Silenciosos salimos los dos.
Mudos y silenciosos quedaremos los dos.
Mudos quedaremos saliendo los dos.
Mudos saldremos los dos.
Mudos silenciosos estamos los dos.










sábado, 12 de marzo de 2011

CÁMARA ADENTRO



Al tercer día de mi llegada a esta ciudad me di con la sorpresa de que había cámaras afuera del edificio donde vivimos, en la calle saliendo del edificio, en la otra calle al frente de nuestro edificio, cámaras colgadas en los cables de todos los edificios.
Me asusté. Le pregunté a Martín el porqué de esta situación. Me dijo que así era aquí. Me asusté de nuevo. Pensé: nos están vigilando con total descaro. Estuve como tres días casi paranoica. No quería salir del departamento. Cerraba la puerta mirando a todos lados, salía del edificio mirando a todos lados, caminaba por la calle mirando a todos lados, pensando que cualquier chino me podría hacer algo en cualquier lado.
En esos días nos vimos con unos amigos, un argentino y su novia taiwanesa. Los dos viven aquí hace mucho y conocen perfectamente la ciudad. De pronto, él dijo: los chinos son personas muy tranquilas. Ahí pensé: Ah, entonces no me van a hacer nada, las cámaras no me van a hacer nada.
Con el pasar de los días, ahora ya meses, puedo corroborar que los chinos son personas realmente tranquilas. Las cámaras siguen ahí, están en todos lados, repito, en todos lados. ¿Será por eso que son así? No lo creo. Pensaba yo: como los tienen controlados son pasivos, no hacen escándalo pero de ninguna manera puede ser sólo por eso.
Tiene que ser cultural sin duda. Cuando sales a la calle, nadie te agrede, nadie te silba, nadie te grita. Es un mundo diferente. La energía es diferente. Son miles. Vas en el subte y son miles. Pero esos miles van tranquilos por la vida. ¿Qué pasará por la mente de estos seres? ¿Cómo han sido críados para tener ese control interno?
Es contradictorio porque por un lado China ahora es una China capitalista consumista. Pero ese consumismo no los ha vuelto estresados. Esa rapidez del mundo contemporáneo y sobre todo occidental parece que no los ha descuajeringado. ¿Son años y siglos de tradición lo que los mantiene así? Debe ser, tiene que ser.
Leía sobre la China de antes, la de hace siglos atrás y me encontré con esto:
“El individuo es empujado a someterse a la colectividad por miedo al caos económico y social desde la época arcaica”.
“Los chinos fueron los primeros que inventaron las nociones básicas sobre las que se funda un estado, totalitario, tarea esencial para evitar que el caos se instale en la sociedad”.
“La búsqueda del orden absoluto que permita a millones de hombres y mujeres satisfacer sus necesidades de forma organizada aunque se acerque a un ideal totalitario está en el corazón del pensamiento político en China”.
Al leer esto hice “click” y pensé: Ah claro, este orden y esta calma están instalados desde hace siglos en el corazón chino y las cámaras son el estado.
Es que realmente cuando sales a la calle, la tranquilidad que sientes es incomparable. Eso no tiene precio. Sabes que no te van a robar, sabes que no te van a gritar, sabes que… bueno escupir sí. En conclusión sabes que nada malo te pasará.
Conversando con otros amigos extranjeros, todos coinciden en lo mismo, que vivir en China es vivir tranquilo y desestresado.
Recuerdo que mi primer día en Beijing estuve paseando sola cerca de nuestra casa, y sentí esa armonía y tranquilidad instalada en el ambiente. Mandé un correo contando esto, que me sentía como en casa, como si siempre hubiera estado aquí, que me sentía tranquila y contenta. Me respondieron en broma: debe ser por tu chinez. Ahora hago nuevamente “click” y claro está que no era por mi supuesta chinez.
Esto me hace reflexionar y me deja pensando. Debo confesar que siento un poco de angustia cuando pienso en mi ciudad. En esa Lima que me encanta pero que me agobia y estresa. Y concluyo en que tengo que aprender muchísimo de los chinos, de su orden interno, de ese orden que los hace seres apacibles y no violentos. Tengo que aprender todo eso para cuando regrese a mi bulliciosa ciudad.