Nuestro primer aniversario estaba por llegar. Teníamos que ponernos chulos. Martín me dijo que iríamos a un mercado donde encontraríamos cosas lindas y de oferta.
El día llegó. Nos enrumbamos hacia el mercado de la seda. En el camino me advirtió: bajo ningún motivo vayas a preguntar por el precio, sólo preguntarás si es que algo te gusta demasiado o intuyes que lo vas a comprar.
Incrédula yo, lo primero que hice al entrar fue acercarme donde una vendedora y charlar sobre costos y rebajas.
Todo se conviritó, no sé en qué momento, en discusión y amenazas.
Ella me pedía que le comprara a toda costa. Yo recién entraba al lugar y no quería apresurarme. Decidí irme. Me jaló del brazo y me regresó al stand. Miré a Martín con cara de susto para que dijera algo, no dijo nada. La vendedora empezó a martillarme la cabeza para ponerle yo el precio a la blusa. Me dio su calculadora para escribir el número. No sabía qué hacer. Me dio miedo. No paraba de hablar. Su volúmen era muy alto. Al principio nos había hablado en inglés pero al darse cuenta de que éramos hispanohablantes empezó a hablar también en castellano. Me sentí atrapada. No tenía escapatoria y tenía su calculadora en la mano. No podía decirle a Martín nada porque ella entendía todo. Lo miraba con cara de susto y trataba de comunicarle que nos fuéramos de ahí. Me sentí tan presionada que terminé comprándole la blusa.
Nos alejamos asustados, yo más que él y le dije: no hemos debido venir.
Pero seguimos caminando por los pasillos del gran mercado. Subíamos y bajábamos los pisos. Sólo miraba. No me atrevía a preguntar nada. Mientras íbamos viendo las cosas las vendedoras nos acribillaban con frases como: whele ale you? Vely chip. Come on. Plegunta. Muy balato. Yo estaba muy aturdida. Poco a poco empecé a darme cuenta de la dinámica del lugar. Veía como a todos los extranjeros los atormentaban con su tono agudo y ellos muy tranquilos discutían sus precios. Así tengo que hacer, pensé. Pero no estaba segura. Me había bloqueado tremendamente. Pasó un buen rato. Veía como Martín negociaba y de a poco empecé a entrar en valor. Ya estábamos por irnos cuando dije: espérame voy a preguntar por esta cartera. Lo hice. Estaba segura de que la quería. Me dio el precio inicial: 750 yuanes (375 soles). Es mucho, respondí. Me agarró la mano y puso la calculadora en ella (objeto clave para empezar la negociación). Para esto ya me había armado de valor. No la quiero, le dije. Which is the price? Respondió ella. Yo con la calculadora en la mano: 100. Y empezó la negociación. Finalmente me llevé la cartera por 125 yuanes (casi 65 soles) entre jaloneos y ruegos. La agarré y salí disparada de ahí. Mientras nos íbamos del mercado le dije otra vez a Martín: no quiero volver a este lugar nunca más.
Eso fue una mentira.
Volví una y otra vez. Tan es así que descubrí un mini mercado de seda en Sanlitun (barrio donde viven muchos extranjeros), entonces cada vez que vamos por el barrio nos metemos un ratito para ver qué encontramos. Ahora puedo ir yo sola. Hacer mis negociaciones sin mayores problemas y sobre todo comprar cada tanto un antojo DE SEDA.