sábado, 29 de enero de 2011

ARROZ CHAUFA

La mañana de ayer me sentía entusiasmada porque tenía todo listo para preparar un rico ARROZ CHAUFA. El lugar y la cocinera eran lo indicado, China y la China.
Un día antes había salido a hacer las compras correspondientes. Revisé en mi memoria todos los ingredientes que harían falta y pude conseguir todo lo que buscaba.
Dejé en cada recipiente, lavado, picado, cortado, todo lo que necesitaría para hacer la gran mezcla.
Empecé por la tortilla de huevo mientras el arroz se iba haciendo en la olla. Seguí por saltear el pollo, le eché un poco de ajo –nos encanta–  luego pasé a saltear la cebolla china e inmediatamente después todos juntos fueron echados a la olla con arroz, porque no tenemos wok.
Tenía también el riquísimo frejol chino (mi amiga Fiorella puede confirmar mi pasión por ellos) que fue agregado al final para mantener su crocante textura. Todo fue mezclado con mucha dedicación, de tanto en tanto le iba echando el aceite de soja, que para los peruanos es el gran sillao. El plato estaba casi listo pero sentía un olor diferente, extraño, no malo, pero extraño.
Cuando pasé a probarlo, efectivamente el sabor era diferente. Le agregaba sal pero no podía arreglar ese sabor intruso en el plato. Sentí una profunda desilusión. No entendía que podía haber pasado. Luego recordé que cuando fui a comprar la cebolla china no la había visto muy agraciada, la había olido, volteado y hasta comparado con ramas similares y aún así no dudé de ella.
Volví a probar el plato, pero seguía igual, con un sabor fuerte y amargo. Me dio mucha pena porque Martín no comería el ansiado arroz chaufa que extrañábamos tanto.
Él fue muy generoso y dijo que el plato estaba muy rico. Yo sabía que me engañaba para no hacerme sentir mal.
Horas más tarde me encontré con nuestro amigo David Kamt (médico acupunturista, peruano, chino, bromista) vía chat, le comenté sobre mi arroz chaufa, le dije que no había salido muy bien. Él se rió de la situación, una peruana –casi china– en China…
Riéndonos, en realidad burlándonos, le comenté sobre la desagraciada cebolla china que le había echado y mencionó las palabras mágicas: "en China no existe la cebolla china".
No lo podía creer, esto era una broma seguro. Pero no era una broma, era la verdad.
No existe la CEBOLLA CHINA que los peruanos conocemos como CEBOLLA CHINA. A los ojos parecida tal vez pero de sabor muy diferente y fea sí es.
Después de esto pude aliviar mi alma porque todavía quedaba bastante arroz chaufa para recalentar.

Traicionera cebolla "china"

miércoles, 19 de enero de 2011

LA LENGUA


Mis días en Beijing oscilan entre el silencio y la desbordante energía de los chinos por comunicarse.
El silencio, porque la mitad del tiempo la paso sola sin expresar sonido alguno. La otra mitad del tiempo, trato de comunicarme –como puedo– con los amigos chinos y no chinos.
1.- La señora que viaja en moto.
Una chinita regordita muy amable viene a casa a ayudarnos con lo pesado de la labor doméstica. La comunicación entre ambas es magnífica. Ella habla chino y yo español. Hablar con ella es tan fantástico que juntas nos entendemos a la perfección. Puedo comprender qué quiere, qué me propone, qué me pide.
Por otra parte, yo hago todo lo que ella quiere. Para no discutir la complazco en todo. Si quiere seguir usando la lavadora, pues que la use, total, lavar la nada no gasta detergente. Si quiere usar el teléfono de casa, pues que lo use, no importa, el crédito igual se va a gastar.
Después de haber terminado con sus deberes y haber conversado amenamente, parte a retirarse no sin antes llevarse la batería de su moto eléctrica que por supuesto había dejado cargando en el enchufe de casa.


 2.- Conversaciones en el restaurant.
Salir a comer con Valentina (joven italiana) y Yang (jovenzuelo chino) es muy ameno. Entre el italiano, chino e inglés –que no puedo entenderles ni a los chinos ni a los italianos– y mi nativo español, las conversaciones en el restaurant son muy ligeras.
El lunes pasado fuimos a un evento ítalo-chino. Los cuatro sentados en la mesa hablando en inglés rudo, italiano y por momentos en chino, me hacían olvidar mi lengua original.
Es sorprendente la facilidad con la que Martín puede pasar de un idioma a otro. Su italiano e inglés son tan brillantes que va y viene como cuando uno cambia de canal. Su chino avanza con tal rapidez que es sorprendente y su español es en realidad un “castellano perfecto” (palabras de Consuelo).
Mi inglés, carente; italiano, escuchado y casi entendido; chino, nulo. Español, en práctica.
En un momento de la noche me paré para ir al baño. Cuando regresé me encontré con un invitado. De pronto me miró y comentó. No podía creer lo que estaba sucediendo, entendía todo con tal claridad que pensé que Dios me estaba dando la gracia divina del don de LA LENGUA universal. Cuando entré en razón, me di cuenta de que el sujeto me estaba hablando en español. Fue un momento muy singular. Mi cerebro al parecer no pudo hacer ese pase lingüístico inmediato como el que hace Martín con total comodidad.

Ilustres intérpretes

Vivir en un lugar con un idioma tan diferente me hace reflexionar sobre las lenguas adquiridas y aprendidas, y por ahora sólo puedo acotar que las palabras son como música que endulzan al oído, más que un medio de comunicación.

domingo, 9 de enero de 2011

EL BUEN COMER


Comer en Beijing es un privilegio soñado.
Rectifico: lo primero que llamó mi atención ha sido, y lo será hasta el día en que me vaya, los sabores gloriosos que proporciona la comida China.
El sábado once tuvimos el almuerzo con los compañeros de trabajo de Martín. Me daban la bienvenida (brevemente narrado dentro del post JET LAG). La mesa era la típica de un restaurant chifa peruano: circular con bandeja giratoria en el medio. Empezaron a llegar los platos. Cada uno tomó los palitos pertinentes. Yo agarré los míos, un tanto nerviosa –porque comer sushi no es lo mismo que comer comida china con palitos– y empecé a manipularlos. Sorprendentemente maniobré una y otra vez cada bocado que degustaba. Probé todo, menos los platos con mariscos (soy alérgica a ellos). Estaba tan fascinada que no me cohibí en seguir probando y probando. De hecho en un momento todos dejaron de comer, pero yo seguí picoteando.
Los días pasan y los sabores siguen trayendo a mis sentidos delicias tras delicias.
Siempre he disfrutado comer. Felizmente tengo un marido amante de la buena comida. Es así que todos los días nos aventuramos a las maravillas de la comida china. No es caro comer en Beijing, felizmente también, porque así podemos probar desde un restaurant tipo huarique hasta uno de servilleta de tela.


No pongo los nombres de los platos porque todo está en chino...

Todos los días vamos a un lugar diferente –hay muchísimos, en cada cuadra hay por lo menos 8 lugares de comida–, sólo en nuestra cuadra hay como 10.
Ayer por ejemplo fuimos a uno “de servilleta de tela”, que lo teníamos a dos pasos, exquisito. Devoré como si nunca antes hubiera probado bocado. Disfruto, realmente, la comida china. Lo fascinante es que hay demasiada variedad. Hay comida de todas las regiones y de los países más cercanos (como, Tailandia, Mongolia, India).

 Plato típico de Taiwan

Pero en esta enorme variedad de opciones, debo tener cuidado con mi alergia a los mariscos. Entre el poco chino –para mí es bastante– que sabe Martín y el lenguaje de señas, tenemos que hacernos entender sobre qué queremos y qué no queremos. Felizmente la carta casi siempre viene con fotos para cada plato. Pero eso no es indicador fidedigno. De hecho ayer, en una de las sopas que pedimos, que parecía no tener ningún marisco, terminamos encontrando, entre fideos de arroz, vegetales y bolitas de carne al estilo wan tan, unos cuantos langostinos, calamares y caracoles nadando felices por ahí. Lo bueno es que tengo a mi catador personal, Martín prueba siempre primero el plato. Luego de corroborar la no existencia de estos exquisitos seres marítimos –porque que sea alérgica no quiere decir que antes no los haya disfrutado, recuerdo claramente que me encantaban– paso enseguida a degustar y deglutir la maravillosa comida china.


Como en Perú, casi todo viene acompañado del rico arroz blanco (¡a mí que me gusta tanto!). Y los guisos varían entre lo dulce, lo salado y lo picante. La comida china tiene mucho picante. También están los platos salteados, todos éstos muy diferentes a la tan conocida comida chifa en nuestro país. A pesar de esas diferencias, encuentro también unas cuantas semejanzas, como la del arroz, o la forma de preparar los guisos y la comida salteada, pero indudablemente los sabores son distintos.


Tal vez no se aprecie en la foto, pero el plato es realmente generoso.

En lo que sí nos ganaron es en el plato bien servido. Los peruanos somos conocidos por comer bien y en abundancia, pero los chinos llevan esto al extremo: sus platos son realmente platazos.
Sólo puedo decir que cada día en Beijing es una nueva aventura culinaria, como diría nuestro Gastón.
Continuará…

viernes, 7 de enero de 2011

ESCUPITAJO


Lo primero que llamó mi atención en Beijing ha sido, y lo será hasta el día en que me vaya, el desbordante ESCUPITAJO que sueltan los lugareños de esta ciudad.
No es un escupitajo cualquiera, es el señor escupitajo.
Hay toda una secuencia de pasos para lanzar dicho moco.
Sonido y carraspeo ondulante, repetido unas 4 veces, haciéndose cada vez más fuerte hasta lanzarlo al suelo, con un estruendo chirriante al oído, sentido, gusto y sentimiento. Y si tienes ganas de verlo, puedes voltear y corroborar su existencia.
Si vas por la acera, sal de ella. Si vas del otro lado de la cuadra, sal de ella también. Si escuchas el carraspeo pero no logras distinguir de dónde viene, cúbrete en algún lugar, métete en una tienda, o simplemente grita ­–como hago yo–, para que lo lancen lo más lejos de ti.
No importa la edad, la condición social, igual lo van a lanzar. No importa si van acompañados, si tienen a la mujer al lado, otra vez lo van a lanzar.
Trato de buscarle explicaciones al tema. Pienso: quizás están enfermos. No. O es una manera de marcar territorio, de decir acá estoy, respétame. O simplemente es una costumbre, mejor dicho una extraña costumbre, de escupir porque simplemente lo aprendieron y no tiene explicación.
Le pregunté a un amigo extranjero afincado hace años aquí, y me contó que circula la leyenda de que Mao tenía “dichosa” costumbre, y que por imitar a su líder, se volvió un hábito generalizado en este país. También me dijo que en otras ciudades de China ya no lo hacían, que era una vieja costumbre.
El misterioso habitante del departamento de arriba, lanza –sabe dios dónde– estos escupitajos cada tanto. Obviamente no se me ha ocurrido asomar la cabeza para ver dónde cae. Eso sería catastrófico seguro.
Estás en el subte, esperando a que llegue, y también pueden lanzar uno ahí! Todavía no he visto que lo lancen dentro del vagón, creo que ese día, simplemente, moriré.
Martín me había avisado de esto, pero no creí tal cuento. Pensé que serían como los escupitajos que sueltan algunos compatriotas, modositos escupitajos que alguna vez hemos visto en las calles de nuestra ciudad capital.
Si no vienes de turismo, como es el caso, tienes que ponerle buena cara o tomarlo a la ligera, porque sino no la vas a pasar muy bien. Yo no me lo tomo ni a la ligera ni le pongo buena cara, pero igual la estoy pasando bien.

JET LAG

Al parecer no fui presa del JET LAG. Llegué a Beijing el viernes diez a las 9pm hora local. Cuando en realidad mi sistema horario marcaba las 8am del mismo viernes.
Previo a eso, había dormido todo el vuelo. Mis horas acostumbradas. En teoría debía estar lúcida porque recién amanecía para mí. Pero era la noche, y claro, yo no tendría que tener sueño, porque no era mi noche. Llegamos a la casa, a mi nueva casa, me di una ducha, me puse la pijama y me acosté en la cama. Era la nueva hora de dormir. Cerré los ojos, me abracé a Martín y dormí placenteramente hasta el día siguiente. Mi nuevo día siguiente.
Siempre tuve problemas con el sueño. Mi hermana puede dar fe de eso. Y mis amigos más cercanos también. Saben que me duermo en todas partes, repito, en todas partes. En un concierto, ahí también puedo dormir.
Mi primer día, sábado once, me la pasé arreglando mis cosas, guardando mi ropa. Luego me alisté porque iríamos a almorzar con los nuevos compañeros de trabajo de Martín.
El almuerzo estuvo exquisito. La conversación amena. No entendía nada de lo que allí se relataba. De vez en cuando soltaba un “I like it. I like mushrooms.” No sabía si me entendían. Miraba a Martín para que me dijera algo. No conversábamos. Terminó la reunión y volvimos al lugar de trabajo. Yo me despedí y me fui a la casa, a pata, solana.
Seguí arreglando algunas cosas. Se hicieron las 4 de la tarde, y me entraron unas ganas tremendas de echarme una siesta. Sabía que Martín vendría tipo 5 y saldríamos a hacer unas compras. No me resistí a los encantos del sueño. Me deposité en ellos, tanto así, que cuando llegó Martín no tuve la conciencia para salir de ahí.
Acá Yasmín puede aseverar lo narrado. Me sacudió, me gritó, me amenazó hasta que se rindió. En la inconsciencia de mi estado juraba levantarme cuanto antes. Nunca lo hice. Un ser endemoniado se apodera en esos momentos de mí, me posee, me inmoviliza, me domina.
Podríamos decir que eso fue un síntoma del JET LAG. No puedo asegurar eso.
Cuando era chica e iba al colegio, se repetía exactamente el mismo patrón. Me echaba una siesta y mi hermana hacía lo imposible por sacarme de ese estado pasivo y chorreado que no me dejaba hacer las tareas ni me dejaba ser una persona socialmente normal.
Además, la noche siguiente de mi llegada, la segunda noche, dormí exactamente igual, de manera placentera y natural.
Y así en adelante se sucedieron los días posteriores en Beijing, como si siempre hubiera estado aquí, con mi nuevo horario y mi eterno sueño.

“Sos una persona básica, si tenés sueño, llorás por dormir, si tenés hambre llorás por comer” (Martín Tufró)

“ Y claro, como pajarito, a ti te cierran la jaula, te ponen la mantita y chau chau hasta mañana” (Alina Ferrand)

20 de diciembre 2010