jueves, 25 de agosto de 2011

LAS AVENTURAS DE SU FEI

Las vacaciones llegaban a su fin.
Habíamos regresado del maravilloso viaje del sur. Hong Kong, Macau, Shanghai, Hangzhou.
Sólo quedaban dos semanas más.
Tratamos de pasear al cien por cien. El calor ya estaba presente.
Me sentía confundida. Pronto estaría de vuelta al mundo real. Mi mundo real.
Miraba las calles Pekinesas con nostalgia profunda.
Nuestra calle, nuestra casa, nuestras cosas, nuestra vida en China estaba quedando ahí.
Mi Martín se quedaría ahí.
Empecé a despedirme de los pocos que había conocido.
Mi sensación de despedirme de un lugar al que probablemente no volvería nunca jamás empezó a estrujar mi corazón.
Todo se hacía nostálgico.
Todo  se estaba quedando en esa lejana ciudad.
Ahora miro atrás y puedo recordar con claridad todos los momentos y pedacitos de lugares por donde pudimos pasear.
Cuando cierro los ojos veo un mundo diferente. Un mundo hermoso, lleno de ilusiones, de logros, de aventuras. Sobre todo de aventuras.  Muchas aventuras que vivimos sólo los dos: Martín y yo.

No sé cuándo vuelva a escribir, ni cuándo vuelva a ese país.
Sólo sé que mis recuerdos quedarán ahí.
Estáticos. Inmóviles.
Por siempre y para siempre.
Su Fei

martes, 19 de julio de 2011

LO MARAVILLOSO DE HONG KONG

Desde Beijing habíamos hecho las reservas de los respectivos hoteles. El de Shanghai había estado buenísimo. Era un hostel lindo, limpio y acogedor.
Cuando llegamos a Hong Kong nos dimos con la grata sorpresa de que el hostel que nos alojaría durante casi una semana no tenía ninguna semejanza al anterior.
Mi cara de espanto y terror no se hizo esperar. Martín jalaba la única maleta que habíamos llevado. Estábamos parados en medio del Chunking Mansions. La idea de quedarnos en ese lugar pestífero había sido total decisión nuestra, convencida por cierto, tras ver la película con el mismo nombre del motel. Nuestra fascinación por Wong Kar Wai nos había jugado una mala pasada. La entrada para llegar a nuestra habitación era por un ascensor de metro por metro donde cabían 8 personas. Todos aplastados, sudados, teníamos que subir por él.
La habitación parecía la celda de cualquier presidiario. 5 por 5cm. Nos organizamos para no chocarnos. Cuando uno entraba al baño, el otro tenía que quedarse echado.
Nos alistamos para salir a pasear en nuestro primer día Hong Kongkonés.
Poco a poco mi desilusión fue pasando. Caminar por las primeras calles de la ciudad nos iba llenando de emoción. Nada podía malograr nuestra futura estadía, ni el calor espantoso y pegajoso, ni la idea de pensar en el hotel asqueroso que nos esperaría por las noches.
Fueron días hermosos. Paseamos como condenados. Imparables. Nada nos detenía. Ni el hambre (que tenía por cierto, a cada momento).
Fuimos en tranvía, en ferry, en cablecarril. Poco nos faltó para viajar en burro, pero la modernidad y facilidad de Hong Kong nos permitió pasear en todos lo medios más lindos y divertidos que pueden existir.
Volver al hostel ya no era un suplicio, hasta eso me parecía divertido. Meternos por esos pasadizos (similares a los pasadizos de cualquier centro comercial del centro de Lima) lleno de comerciantes, de gentes de todas partes del mundo, sobre todo hindúes, árabes, musulmanes, turcos, negros, por ahí algún gringo, haciendo negocios limpios en el día y seguramente sucios en la noche, me hacía sentir feliz.
Todo Hong Kong me hacía feliz. El malecón. Los mercados de noche, los de comida, los centros comerciales, los parques, los edificios, los subterráneos, los chinos más británicos que chinos, aunque al fin y al cabo chinos, las combis parecidas a las de Lima, estar con Martín ahí, paseando juntos, los dos, yendo de una isla a otra en ferry me hacía la mujer más feliz.
Quedaban pocos días para volver. Ninguno de los dos quería hacerlo. No queríamos volver a la realidad. Porque la realidad era llegar a Beijing para que en dos semanas yo tomará vuelo de regreso a mi ciudad.
Nos despedimos del Chunking Mansions tomándonos fotos y haciendo algunos videos (para nunca más volver a él), para no olvidarlo jamás y haciendo la promesa de volver a Hong Kong y visitarlo mil y un veces más.






viernes, 24 de junio de 2011

LOOKING AROUND

Nos levantamos temprano para seguir con el camino decidido. Tomamos un buen desayuno en una callecita muy top y linda cercana al hotel. Arrancamos con rumbo desconocido pero por conocer.
El calor era aplastante, pero ni eso podía detener nuestro andar.
Paseamos por la Plaza del Pueblo, por el Templo Taoísta, fuimos al Buda de Jade, por la zona de los rascacielos, por el Bund.
Ya por la tarde le comenté a Martín (venía pensando en eso desde el primer día):
¿Puede ser, o son ideas mías, que todos los chinos me miran?
Martín respondió fuerte y claro: Sí, todo el mundo te mira.
Me quedé tonta, pensaba que me respondería negativamente.
¿Pero por qué? Empecé a soltar ideas o intrigas de esto.
¿Será por qué parezco china? No, porque sino sería así también con los otros chinos.
¿Será por qué estoy con la falda muy corta? No, porque no la tengo tan corta y porque las chinas usan las faldas incluso más cortas.
¿Será por qué estoy muy blanca? No, porque hay chinas mucho más blancas que yo (las chinas no toman nada de sol).
¿Será por qué soy turista? No, porque hay miles de turistas y hasta los turistas me miran.
¿Será porque estoy muy flaca? No, porque las chinas son recontra flacas.
¿Será porque soy alta? No, porque las chinas son más altas que yo.
¿Será porque estoy con mi gringo? No, porque hay chinas con gringos.
Solté miles de interrogantes pero no hubo una respuesta contundente de ninguno de los dos.
A diferencia de Beijing, en Shanghai, todos están pendientes del otro, de la moda, de cómo te ves, qué llevas, qué no.
Me quedó claro que ese temple es muy marcado entre los citadinos Shanganeses.
Con el pasar del viaje y los días fui cerrando esta idea hasta llegar a esta conclusión. Ahora recordando, me vuelve a venir la duda y la intriga de por qué me miraban tan fijamente los chinos y no chinos de Shanghai.


martes, 21 de junio de 2011

PRIMER TRAMO

Primer tramo

La hermosa Shanghai

6 de la mañana. Aeropuerto de Beijing.
Medio dormidos y entusiasmados esperábamos subirnos al avión: China Airlines.
Casi dos horas de vuelo.
Estábamos ahí. Caminando con nuestra única maleta, muertos de calor a tan sólo las 10 de la mañana.
Llegamos al hotel. Un lindo hotel. Nos acomodamos y dormimos un rato.
Salimos sueltos de ropas en busca de Shanghai.
Árboles. Calles estrechas. Edificios altos.
De pronto estábamos en el museo de arte. Fascinados.

Felices. Nos sentíamos felices. Cagados de calor pero felices.
Seguimos por Nanjinglu, calle peatonal llena de negocios. No descansamos ni un minuto (salvo para comer).
Llegamos hasta el río Huangpu. Los edificios de en frente, todos tan distintos entre sí, nos acompañaron esa primera tarde.
Toda la ciudad estaba llena de gente. Todos paseando. Tomándose fotos, comiendo algo.
Era sábado.
Temprano, nos encontramos con nuestro amigo Scott, su mujer y su linda hija: Kitty.
Ellos se habían mudado de Beijing a Shanghai. Fuimos a cenar por la concesión francesa. Todo tan top! Ése fue el único momento en el que no comí casi nada. Tenía mucho calor. No me entraba ni el agua.
Me entretuve con Kitty que no dejaba de mirarme. Su chino era hermoso.
Luego fuimos caminando por distintas calles céntricas de la ciudad agarrados de la mano con Kitty que no quería soltarnos, ni a Martín ni a mí ni un instante.
De regreso al hotel, muertos, caímos rendidos hasta que me desperté porque en ese momento sí tenía hambre y salimos por ahí en busca de los famosos dumplings de Shanghai. Ya con la barriga llena y el corazón contento nos fuimos a descansar en nuestra primera noche del viaje.



miércoles, 15 de junio de 2011

VIAJES

Entre viajes y situaciones me he visto alejada de este espacio.
Pronto, muy pronto, nuevos y diversos posteos...

jueves, 28 de abril de 2011

SUBTERRÁNEO

 
Como su nombre lo dice, subterráneo es el apelativo perfecto para caracterizar a los chinos a la hora de sumergirse en el otro subterráneo: el Subte o el Subway.
Ya he mencionado la amabilidad, tranquilidad y paciencia que tienen estos seres a la hora de enfrentarse a la vida. Por ello cuando uno se dispone a salir, tiene la certeza de que andará seguro por el lugar que sea.
Salvo en esta excepción, este sentir subterráneo se apodera de cada pensamiento, acto, maniobra y talante chino.
Los chinos se transforman en seres odiables, agresivos y maleducados.
En occidente, existe la consigna (al menos en los países civilizados, no es el caso de Perú) de hacer cola o fila, esperar a que se bajen del tren para luego subir, no empujar, PEDIR PERMISO, preguntar si vas a bajar; dar el asiento a mujeres con niños, ancianos, minusválidos, etc.
En Beijing, no existen tales normas de urbanidad.
Subir al subte pekinés (siendo de los más modernos en el mundo) es vivir una experiencia subterránea.
·Te aplastan.
·No piden permiso.
·Si estás parado como primero en la fila (imaginaria), se van a poner incluso más adelante, casi cayéndose a los rieles del tren para subir antes que tú.
·No esperan a que bajes del tren. Al abrirse las puertas turbas de gentes ingresan aplastando a cuanto individuo intente bajar.
·Cuando estás adentro los que bajan no te piden permiso para pasar. Te atropellan con total seguridad.
·Si te quieres sentar (aunque es muy raro encontrar asiento) te van a robar el sitio así vayas descuartizado.
Me ha pasado en repetidas oportunidades que estoy a punto de sentarme, pero a punto, con el culo casi en el asiento y ha venido un señor corriendo y me ha arrebatado el lugar como si fuera el juego de la silla. Por poco y no he quedado sentada encima de varios chinos atolondrados.
Corren, se alocan, se transforman a la hora de viajar en tren.
Recién ahora estoy empezando a comportarme como ellos. Ayer me descubrí corriendo como loca para agarrar un asiento, empujando a todo ser cuanto se aproximaba a él.
Antes luchaba con ese comportamiento. Pedía permiso: Wo xia.
Ahora meto golpe.
Es un sentir subterráneo y una experiencia subterránea viajar en subterráneo.

martes, 19 de abril de 2011

NO SE VA...


La primavera llegó hace tiempo. La gente empieza a reunirse en las calles. A jugar al mahjong. A salir a pasear con los niños. A cantar. A bailar. A hacer música.
Los chinos grandes, los aún tradicionales hacen esto y más.
Los jóvenes han perdido esa originalidad. La globalización los ha atrapado y embelezado.
Algunas imágenes de este mundo chino que no quiere desaparecer.








LOS AUTOS LAS BICIS Y EL PEATÓN


Rojo, ámbar, verde. Cruzar.
Verde, ámbar, rojo. Mirar y cruzar.
No importa el orden, hay que cruzar.
Primero los autos, luego las bicis y luego los de a dodge.
Grábatelo bien en la cabeza.

Premisas claves para movilizarte en una ciudad donde el peatón es el último en cruzar.
Si estás en verde igual tienes que mirar que no te vayan a atropellar, porque el que viene girando de seguro va a doblar.
No hay velocidad. Gracias al Buda que no te aplastarán.
Hasta esto goza de tranquilidad.
Sólo recuerda que al cruzar tendrás que: mirar, arriesgar y lanzar(te).

viernes, 8 de abril de 2011

WO BU MING BAI LE (2)


(No entiendo 2)

Días después hicimos planes para visitar la Ciudad Prohibida. El sol no nos favoreció esta vez. Ya en el camino decidimos que era mejor entrar al Museo Nacional, que está al frente. Al llegar a él no pudimos ingresar. ¿Por qué? No había ninguna razón o motivo sustancial. Sólo nos decían: Mei you. Empezamos a desesperarnos. Les hablábamos en chino, en inglés, pero no había forma de hacernos entender.
En nuestro momento de desesperación llamé por teléfono a Yahui. Le dije que por favor hablara con los de seguridad para que le dieran la razón porque la cual no podíamos ingresar.
Pudo traducirnos lo mismo. Que no había entradas. ¿Cómo entradas? ¿Para un museo hay límite de entradas?
Así es. Nos dimos la vuelta porque veíamos que otras personas sí ingresaban. Preguntamos en diferentes puertas y en todas nos repetían lo mismo: Mei you. Tiramos la toalla.
¿Qué hacemos ahora? El día estaba neblinoso como para entrar a la Ciudad Prohibida.
¡Ah! En la plaza está el mausoleo de Mao. ¡Vamos a verlo!
Cruzamos la pista entusiasmados. Veíamos a mucha gente ingresando. Al llegar a la entrada nos detuvieron. No pueden ingresar. ¿Qué? No pueden ingresar con bolsos. Yo obviamente tenía mi bolso con el celular, la cámara y demás porquerías.
Martín me dijo: Entra tú sola y yo te espero con el bolso. Luego entro yo.
Hicimos eso. Después de caminar un buen tramo (porque en Beijing todo es grande) hasta la entrada del mausoleo, me volvieron a detener. Tenía el celular en la mano para llamar a Martín por cualquier cosa y la cámara en la casaca. Había que pasar por el scanner. Estaba por dejar el celular en los casilleros pero no querían que dejara la cámara con ellos. No había manera de hacerles entender que iba a dejar las dos cosas juntas. No querían que dejara la cámara por ningún motivo. Sólo el celular. Fue una discusión larga (en inglés obviamente). Me sacaron de ahí entre varios.
Salí ofuscada. No pudimos entrar ni al museo ni al mausoleo.
Comunicarse con los chinos es bien complicado. Situaciones como éstas nos rodean cada tanto.
Recordando hace unos meses atrás…
Martín y yo en el banco queriendo cambiar yuanes a dólares para ser enviados vía Moneygram.
Cada uno tenía que cambiar por separado, porque hay un límite por persona.
Luego Martín me daría lo cambiado para que hiciera yo el depósito.
No querían que, bajo ningún motivo, él me diera el dinero.
No querían que la plata que yo tenía más la de él fueran juntadas para hacer el envío.
No había forma de hacerles entender que era un solo envío.
No. No. ¡¡¡Y no!!!!

Con la única china con la que me puedo entender a profundidad es con mi acupunturista. Entre su poco inglés y mi poco chino, más mi diccionario de dibujos, podemos dialogar. ¿Será porque me toma el pulso y sabe hasta lo que estoy pensando? Ahí no hay ningún problema del idioma ni del entendimiento. Ella puede saber qué tengo con sólo tomar mi mano.

jueves, 7 de abril de 2011

WO BU MING BAI LE (1)





(No entiendo 1)

Entablar conversaciones con los chinos es algo complicado. Una misma palabra tiene diferentes significados. Si no la pronuncias correctamente puedes estar diciéndoles alguna obscenidad tranquilamente.
Mi aprendizaje es todavía lento. Digo o pido lo que necesito pero más de eso no puedo.
Igual siempre tengo problemas porque a veces no me entienden o yo a ellos. Aunque con alguna seña finalmente me dejo entender.
A la hora de hacer alguna compra, tengo que repetir en voz alta y en mi mente varias veces y durante unos buenos segundos para descifrar lo escuchado.
Martín habla bastante más que yo pero no sé por qué siempre me deja negociando sola a mí.
Hace unos días decidimos ir por fin a la Muralla China. El clima ya está cambiando. Hace menos frío y hay un poco más de solcito. Queríamos ir como buenos citadinos. No como extranjeros de turismo. Eso nos costó la vida. Nos habían dicho dónde quedaba la estación de buses y cuál debíamos tomar.
La noche previa no pude dormir, estaba muy emocionada. Había dejado todas las cosas listas para salir temprano: galletitas, kekitos (budines para los amigos argentinos), bebidas, caramelos (por si me daba soroche), papitas. Nos levantamos temprano y enrumbamos para la estación.
Empezamos muy orondos haciendo la primera cola. Empezaba a salir el sol. Habíamos preguntado si ése nos llevaba, por supuesto nos habían dicho que sí. Cuando estaba con un pie en el bus, el conductor nos dijo: Bu hao le. No iba.
Demonios. Pero ahí decía 919. No puede ser. Empezamos a preguntar a los que pasaban a lata. Ninguno nos daba razón. Tampoco podíamos entenderla. Nos empezamos a desesperar. Había mucha gente. Cuando digo había mucha gente, es que éramos mucha gente. Ya habíamos hecho unas dos colas más. Mientras uno hacia la fila el otro correteaba para preguntar.
Nos dimos cuenta que eran unas veinte líneas del 919. ¿Cuál debíamos tomar? Todo, obviamente, estaba escrito en caracteres chinos. Seguimos preguntando: ¿Badaling? Dui, respondían. Todos nos decían que sí. Y cuando estábamos por trepar, de pronto nos decían: Bu hao le. Maldición. Empezamos a entrar en histeria. No podía ser que nos dijeran que sí iban para luego decirnos que no.
El último intento lo hicimos separados. Martín fue detrás de un bus y yo del otro. Cada uno hizo su cola. A los dos nos dijeron nuevamente que sí. Nos mirábamos de tanto en tanto para ver cuál tenía éxito. Un gringo me dijo: éste sí va.
Trepada ya en las escaleras empecé a gritar: Éste sí va. ¡Martín éste sí va! Los chinos subían como ráfagas atropellándome mientras seguía gritando.
Terminé de subir para encontrar algún asiento. Encontré dos al fondo. Me apoderé furiosa de ellos. Los chinitos subían agilitos. Martín no venía. Estaba sudando. De pronto apareció.

Continuará…

sábado, 2 de abril de 2011

DON´T KISS ME




Siempre me incomodó tener que besar a gente que no conozco. Sobre todo cuando te encuentras con algún amigo en algún lugar y éste va acompañado de algún otro amigo  que nunca en la vida viste. Y como las normas de cortesía dicen que tienes que saludar con un beso por ende también se lo tienes que zampar al no conocido.
Felizmente esto no pasa acá en la gran China. No tengo que besar a nadie, así sean conocidos, amigos, íntimos, repito: a nadie.
Cuando llegué a Beijing, Martín me esperaba en el aeropuerto con Marco (esposo de Vivian, una de las socias de la pastelería). No lo veía hacía tres meses. Estaba tan feliz y emocionada de verlo que les zampé el beso a los dos. Obviamente, el beso para Marco fue en el cachete. Pero Martín, mientras me ayudaban con las maletas, me dijo al oído: aquí no se dan besos. Me quería morir de la vergüenza, porque había sido un poco efusiva a la hora de saludarlos.
A la mañana siguiente, ya sabía esto, conocería a todos por primera vez. Nos saludamos con la mano, muy amables todos pero entre líneas diciendo: no te acerques más.
Luego la mano desapareció. Tampoco se dan la mano. El saludo simplemente se basa en: Ni Hao. No hay ningún acercamiento. Es fantástico. No tienes que estar besuqueándote con nadie.
Me he acostumbrado rápidamente a este buen hábito.
Con nuestros amigos italianos o cualquier otro extranjero el saludo cambia a dos besos. Demasiado. Si uno me parece innecesario, dos me parecen una pérdida de tiempo, además de que siempre pienso que se pueden rozar las narices entre uno y otro.
Por otro lado, en la calle, veo a las parejas muy afectuosas entre sí. Se llenan de besos y abrazos. Entonces no quiere decir que no sean afectuosos. Lo que no quieren es intercambiar babas porque sí.
A veces, por costumbre, me dan ganas de besuquear a mis amigos chinos pero me contengo para no asustarlos.
Esto de no estar besuqueándote con desconocidos es el ideal al que quisiera llegar. No sé si pueda hacerlo. No sé si mi ciudad me lo permita. En todo caso aprovecharé el tiempo del no beso en esta otra ciudad.

Ya pues, qué me queda...

viernes, 1 de abril de 2011

DEMOLICIÓN


Parece ser y luego no es.
A una cuadra había un mercadito de verduras. Salvación para una ama de casa joven inexperta en la cocina. Un buen día no estaba más.
A dos cuadras había una tienda de productos multiusos. Salvación para una ama de casa joven inexperta en productos de limpieza y arreglos del hogar.
A media cuadra había un restaurant de comida china. Salvación para una ama de casa aprendiz en platos orientales.
Todo esto había y más. Un buen día dejaron de existir.
Todo en China es así. Un día existe un negocio. Al día siguiente sólo hay escombros de él. Y al día siguiente se levanta una nueva pared.
Es impresionante cómo de la noche a la mañana se cierran los negocios pero inmediatamente después se abren otros.
Hoy de camino a la pastelería, en la esquina de casa, veo algo distinto. La esquina era mucho más amplia y se divisaba la otra calle. Se habían bajado toda la pared y había muchos chinitos de naranja dando vueltas por ahí. 


Viernes 1 de abril. Se bajaron la pared.
Sábado 2 de abril. Están plantando arbolitos.











Mi calle anda en constantes cambios. Toda China anda en constantes cambios. Por todos lados se contruyen y abren negocios. La rapidez con la que levantan las paredes es alucinante. Son miles de chinitos en pos de lo mismo.
El otro día escuchaba esto: “Si el chino se lo propone…”
Y sí que es cierto.
Lo único malo de esto es que no puedo confiarme en que a la mañana siguiente voy a  encontrar mi tienda favorita al lado. Como el pequeño mercadito que me sacaba de apuros.
Beijing es una ciudad que crece constantemente. Son millones de chinos con una misma tarea: hacer de su país la primera potencia mundial. Y seguro lo van a lograr. 


Los jóvenes de mi edad tienen diferentes empresas. Manejan mucho dinero. Yo me siento tan pobre al lado de ellos.
No puedo imaginar como será de acá a dos años. Menos aún en veinte. Si ahora me parece monstruoso... no entra en mi cabeza como se verá todo esto con el pasar del tiempo. No sé si lo vea. No sé si pueda volver a este país que es, especialmente para sus propios habitantes: único en el mundo.

 

viernes, 25 de marzo de 2011

DE SEDA


Nuestro primer aniversario estaba por llegar. Teníamos que ponernos chulos. Martín me dijo que iríamos a un mercado donde encontraríamos cosas lindas y de oferta.
El día llegó. Nos enrumbamos hacia el mercado de la seda. En el camino me advirtió: bajo ningún motivo vayas a preguntar por el precio, sólo preguntarás si es que algo te gusta demasiado o intuyes que lo vas a comprar.
Incrédula yo, lo primero que hice al entrar fue acercarme donde una vendedora y charlar sobre costos y rebajas.
Todo se conviritó, no sé en qué momento, en discusión y amenazas.
Ella me pedía que le comprara a toda costa. Yo recién entraba al lugar y no quería apresurarme. Decidí irme. Me jaló del brazo y me regresó al stand. Miré a Martín con cara de susto para que dijera algo, no dijo nada. La vendedora empezó a martillarme la cabeza para ponerle yo el precio a la blusa. Me dio su calculadora para escribir el número. No sabía qué hacer. Me dio miedo. No paraba de hablar. Su volúmen era muy alto. Al principio nos había hablado en inglés pero al darse cuenta de que éramos hispanohablantes empezó a hablar también en castellano. Me sentí atrapada. No tenía escapatoria y tenía su calculadora en la mano. No podía decirle a Martín nada porque ella entendía todo. Lo miraba con cara de susto y trataba de comunicarle que nos fuéramos de ahí. Me sentí tan presionada que terminé comprándole la blusa.
Nos alejamos asustados, yo más que él y le dije: no hemos debido venir.
Pero seguimos caminando por los pasillos del gran mercado. Subíamos y bajábamos los pisos. Sólo miraba. No me atrevía a preguntar nada. Mientras íbamos viendo las cosas las vendedoras nos acribillaban con frases como: whele ale you? Vely chip. Come on. Plegunta. Muy balato. Yo estaba muy aturdida. Poco a poco empecé a darme cuenta de la dinámica del lugar. Veía como a todos los extranjeros los atormentaban con su tono agudo y ellos muy tranquilos discutían sus precios. Así tengo que hacer, pensé. Pero no estaba segura. Me había bloqueado tremendamente. Pasó un buen rato. Veía como Martín negociaba y de a poco empecé a entrar en valor. Ya estábamos por irnos cuando dije: espérame voy a preguntar por esta cartera. Lo hice. Estaba segura de que la quería. Me dio el precio inicial: 750 yuanes (375 soles). Es mucho, respondí. Me agarró la mano y puso la calculadora en ella (objeto clave para empezar la negociación). Para esto ya me había armado de valor. No la quiero, le dije. Which is the price? Respondió ella. Yo con la calculadora en la mano: 100. Y empezó la negociación. Finalmente me llevé la cartera por 125 yuanes (casi 65 soles) entre jaloneos y ruegos. La agarré y salí disparada de ahí. Mientras nos íbamos del mercado le dije otra vez a Martín: no quiero volver a este lugar nunca más.
Eso fue una mentira.
Volví una y otra vez. Tan es así que descubrí un mini mercado de seda en Sanlitun (barrio donde viven muchos extranjeros), entonces cada vez que vamos por el barrio nos metemos un ratito para ver qué encontramos. Ahora puedo ir yo sola. Hacer mis negociaciones sin mayores problemas y sobre todo comprar cada tanto un antojo DE SEDA.

martes, 15 de marzo de 2011

RAISE THE RED LANTERN


Hace dos meses y medio fuimos con Martín al National Center For The Performing Arts. Queríamos comprar entradas para la Ópera de Pekín. Estaban agotadas. Pudimos reconocer de la cartelera el nombre: Zhang Yimou. No dudamos ni un segundo y compramos los tickets para el 13 de marzo. Era todavía diciembre de 2010, pleno invierno. Las semanas transcurrían entre salidas a comer, paseos por la ciudad, el año nuevo chino, pero en mi cabeza, rondaba todo el tiempo ese domingo 13. Revisaba en mi agenda y contaba las semanas que faltaban para ese día. Las entradas las había guardado en un cajón, bajo siete llaves.
El día llegó. Tomamos el tren con una hora de anticipación, queríamos llegar temprano para pasear dentro del teatro. Había preparado mi cámara, tenía doble batería por si se acababa. Estaba muy nerviosa. Intuía que algo grande iba a ver. Ni bien entramos al teatro nos esperaba un muro de seguridad. Como en el aeropuerto, pasaron mi cartera por el scanner, me quitaron la cámara y pasamos por un detector de metales.
Todo mi plan macabro de sacar cuanta foto pudiera y hacer algunos videitos fue aniquilado. Me puse triste. Martín me dijo: Es mejor, así estarás totalmente dada al espectáculo, lo disfrutarás más. Y tenía razón. Entramos a una sala de exposiciones de fotos, videos, maquetas y vestuarios de los montajes que se presentan ahí. Monstruosos montajes. Ya ahí me encontraba fascinada. Luego nos dirigimos a la sala más importante, al teatro en sí. Caminamos por un pasadizo o túnel enorme y largo lleno de lámparas rojas estilo muy chino, mientras arriba nos acompañaba la laguna artificial que se ve desde afuera del teatro. Llegamos. De pronto estábamos debajo de toda esa cúpula hecha de titanio y vidrio. Nuestras cabezas se inclinaron hacia arriba para mirarla. Miramos la hora y ya era momento de entrar. Subimos tres pisos por escaleras mecánicas para llegar hasta nuestras butacas. Habíamos conseguido aquel diciembre asientos en la última fila. Entre broma y broma decíamos: no vamos a ver ni una goma. Pero para nuestra sorpresa, el teatro estaba tan bien diseñado y tan bien hecho, que el escenario lo teníamos como si hubiéramos comprado boletos en los primeros asientos. Miles de almas se acomodaron. Teatro lleno. Apagón.

Lámparas chinas. Una mujer. Hombres. Baile. Música. Vestidos. Canciones. Danzas. Mesas. Biombos. Paneles. Pantalla. Zapatos de ballet. Telas. Ópera. Luces.
Una mujer está enamorada de un joven. La quieren casar con un hombre viejo. Ella huye, sólo quiere estar con su único amor.
Baila. Lucha. Sufre. Llora. Ama. Vive. Danza. Cae. Vuela. Baila. Danza. Baila.
El pueblo hace apuestas. Hay conveniencias. Se enfrentan.
La perfección de los movimientos y la perfección de los sonidos hacen que el espectáculo sea arrollador. Auténtico. Verdadero. Original. Chino. Único.
Sólo belleza. Armonía. Magia. Fantasía. Artistas. Siglos. Tradición.
Todo tiene sentido. Todo calza. Nada sobra. Nada basta.
Mudos. Silenciosos salimos los dos.
Mudos y silenciosos quedaremos los dos.
Mudos quedaremos saliendo los dos.
Mudos saldremos los dos.
Mudos silenciosos estamos los dos.










sábado, 12 de marzo de 2011

CÁMARA ADENTRO



Al tercer día de mi llegada a esta ciudad me di con la sorpresa de que había cámaras afuera del edificio donde vivimos, en la calle saliendo del edificio, en la otra calle al frente de nuestro edificio, cámaras colgadas en los cables de todos los edificios.
Me asusté. Le pregunté a Martín el porqué de esta situación. Me dijo que así era aquí. Me asusté de nuevo. Pensé: nos están vigilando con total descaro. Estuve como tres días casi paranoica. No quería salir del departamento. Cerraba la puerta mirando a todos lados, salía del edificio mirando a todos lados, caminaba por la calle mirando a todos lados, pensando que cualquier chino me podría hacer algo en cualquier lado.
En esos días nos vimos con unos amigos, un argentino y su novia taiwanesa. Los dos viven aquí hace mucho y conocen perfectamente la ciudad. De pronto, él dijo: los chinos son personas muy tranquilas. Ahí pensé: Ah, entonces no me van a hacer nada, las cámaras no me van a hacer nada.
Con el pasar de los días, ahora ya meses, puedo corroborar que los chinos son personas realmente tranquilas. Las cámaras siguen ahí, están en todos lados, repito, en todos lados. ¿Será por eso que son así? No lo creo. Pensaba yo: como los tienen controlados son pasivos, no hacen escándalo pero de ninguna manera puede ser sólo por eso.
Tiene que ser cultural sin duda. Cuando sales a la calle, nadie te agrede, nadie te silba, nadie te grita. Es un mundo diferente. La energía es diferente. Son miles. Vas en el subte y son miles. Pero esos miles van tranquilos por la vida. ¿Qué pasará por la mente de estos seres? ¿Cómo han sido críados para tener ese control interno?
Es contradictorio porque por un lado China ahora es una China capitalista consumista. Pero ese consumismo no los ha vuelto estresados. Esa rapidez del mundo contemporáneo y sobre todo occidental parece que no los ha descuajeringado. ¿Son años y siglos de tradición lo que los mantiene así? Debe ser, tiene que ser.
Leía sobre la China de antes, la de hace siglos atrás y me encontré con esto:
“El individuo es empujado a someterse a la colectividad por miedo al caos económico y social desde la época arcaica”.
“Los chinos fueron los primeros que inventaron las nociones básicas sobre las que se funda un estado, totalitario, tarea esencial para evitar que el caos se instale en la sociedad”.
“La búsqueda del orden absoluto que permita a millones de hombres y mujeres satisfacer sus necesidades de forma organizada aunque se acerque a un ideal totalitario está en el corazón del pensamiento político en China”.
Al leer esto hice “click” y pensé: Ah claro, este orden y esta calma están instalados desde hace siglos en el corazón chino y las cámaras son el estado.
Es que realmente cuando sales a la calle, la tranquilidad que sientes es incomparable. Eso no tiene precio. Sabes que no te van a robar, sabes que no te van a gritar, sabes que… bueno escupir sí. En conclusión sabes que nada malo te pasará.
Conversando con otros amigos extranjeros, todos coinciden en lo mismo, que vivir en China es vivir tranquilo y desestresado.
Recuerdo que mi primer día en Beijing estuve paseando sola cerca de nuestra casa, y sentí esa armonía y tranquilidad instalada en el ambiente. Mandé un correo contando esto, que me sentía como en casa, como si siempre hubiera estado aquí, que me sentía tranquila y contenta. Me respondieron en broma: debe ser por tu chinez. Ahora hago nuevamente “click” y claro está que no era por mi supuesta chinez.
Esto me hace reflexionar y me deja pensando. Debo confesar que siento un poco de angustia cuando pienso en mi ciudad. En esa Lima que me encanta pero que me agobia y estresa. Y concluyo en que tengo que aprender muchísimo de los chinos, de su orden interno, de ese orden que los hace seres apacibles y no violentos. Tengo que aprender todo eso para cuando regrese a mi bulliciosa ciudad.

viernes, 25 de febrero de 2011

DOMINACIÓN


DOMINACIÓN es la palabra más ilustrativa que encuentro para denominar la relación que tengo con mi profesora de chino, la querida Yahui.
Cuando la conocí no me percaté de sus mañas. Pasaron varios días para que me fuera dando cuenta de  que había algo raro en esa manera de relacionarse conmigo.
Las clases las hacemos en nuestra casa. Ahí todo fluye con naturalidad, bueno casi todo, porque cuando le ofrezco un té, un vaso con agua, una galletita, algún postrecito que hizo Martín, no me acepta ni el agua.
Todo empezó cuando le pedí que me acompañara a la clínica donde me hago acupuntura. Necesitaba una intérprete para explicarle mis molestias a la doctora. Fue muy amable en venir un domingo para ir juntas a dicha cita.
En el camino de casa hasta la clínica noté pequeños indicios de su carácter dominador. Ni bien salimos, me agarró del brazo y fuimos juntas, casi abrazadas hasta el lugar.
Unos días después llegó a la casa diciendo que me había sacado una cita en una escuela de danzas tradicionales chinas –yo le había comentado que quería estudiar algún curso de danza–, me dijo el día, la hora y… el lugar no, porque dijo que ella me acompañaría.
El día llegó, yo estaba bastante entusiasmada. Pasaría toda la mañana y la tarde con Yahui, porque después teníamos clases de chino en casa. Nos encontramos en la estación de tren. Llegamos a la clase de prueba. Ella se sentó –adentro, en el salón– a observarme. Terminó la clase y me dijo que se moría de hambre, yo también, la verdad. Le pregunté qué quería comer. Quería proponerle ir a un restaurant cerca de  casa que es muy rico y nada caro, por si ella no tenía mucho dinero y además porque en realidad pensaba invitarla (aunque intuía que no me aceptaría). No pude hacerlo, me dijo tajante: Yo voy a comer en Carrefour. ¡Ah! pensé, seguro es por la plata, quiere comprar algo al paso, para llevar. ¿Y tú? Preguntó. Yo también –qué me quedaba…
Pero mientras caminamos, agarradas del brazo por supuesto, me di cuenta de que nos íbamos metiendo a un shopping (dentro está el patio de comidas) hasta que llegamos al lugar. No era Carrefour. Era Xiabu Xiabu, sitio donde se come la olla mongola. No sé si cambió de parecer y ni lo mencionó o no supo explicarme a dónde quería ir. Me dijo: aquí vamos a comer. Pensé: demonios, a mí no me gusta mucho la olla mongola.
Nos sentamos e hizo el pedido. Yo veía que los platos que rondaban eran gigantescos. Le dije: Yahui, qué te parece si compartimos. No –me dijo– es uno para cada una. Pero es muy grande, no sé si termine. No –volvió a decir– uno para ti y uno para mí. OK, me comeré todo el plato. Felizmente que la salsa de sésamo donde se mezclan los vegetales y carnes no estaba muy amarga, es decir pude comer bastante bien la olla mongola.
Durante el almuerzo no me habló, sólo comió y comió. En un momento me acordé y saqué mi cámara de fotos (va conmigo a todos lados), quería tomarle una foto al plato pero pensé, mejor le tomo a Yahui con los platos. NO. Me dijo. No quiero. Pero Yahui, quiero tomarte una foto. ¡NO, TE TOMO YO LA FOTO! Bueno, yo sólo quería tenerte de recuerdo (con vocecita triste). Ni se inmutó con mi comentario final. Agarró mi cámara y me sacó la foto. Terminamos de comer y enrumbamos a casa. Estábamos con la hora pero Yahui quiso que paseáramos un rato por el centro comercial. Qué podía decirle yo. Me decía: ¿quieres ver algo? No, la verdad. Y me hacía entrar igual a las tiendas. Tienes que hablar chino, tienes que escuchar chino. Tienes que salir más. (No sé porqué Yahui piensa que nunca salgo, siempre me dice lo mismo).
Hasta que de pronto decidió que era hora de irnos. Tomamos el tren. Siempre agarrada de mi brazo. Cuando bajamos de él nos dirigimos hacia la salida habitual. No, me dijo, saldremos por acá. Para ese entonces yo ya no decía nada, sólo obedecía.
Llegamos a casa y sentí un gran agotamiento pero obviamente no podía ni mencionarlo porque teníamos la clase, y no quería causar ninguna reacción desfavorable para mí.
Nos hemos ido dando cuenta con el pasar de los días, semanas y ya meses, que los chinos son personas muy amables, demasiado amables, hacen todo por ayudarte pero con sus reglas, a su manera. Puedo decir que son las personas más tercas que he visto en mi vida (y eso que vengo de la familia Pasco…). Nada les hace cambiar de opinión. La lógica occidental no interesa. Ellos tienen su propia lógica, la oriental. Siento ternura. Me río por dentro porque son tan buenos que no puedes ni molestarte con ellos.

La foto sacada por Yahui

sábado, 29 de enero de 2011

ARROZ CHAUFA

La mañana de ayer me sentía entusiasmada porque tenía todo listo para preparar un rico ARROZ CHAUFA. El lugar y la cocinera eran lo indicado, China y la China.
Un día antes había salido a hacer las compras correspondientes. Revisé en mi memoria todos los ingredientes que harían falta y pude conseguir todo lo que buscaba.
Dejé en cada recipiente, lavado, picado, cortado, todo lo que necesitaría para hacer la gran mezcla.
Empecé por la tortilla de huevo mientras el arroz se iba haciendo en la olla. Seguí por saltear el pollo, le eché un poco de ajo –nos encanta–  luego pasé a saltear la cebolla china e inmediatamente después todos juntos fueron echados a la olla con arroz, porque no tenemos wok.
Tenía también el riquísimo frejol chino (mi amiga Fiorella puede confirmar mi pasión por ellos) que fue agregado al final para mantener su crocante textura. Todo fue mezclado con mucha dedicación, de tanto en tanto le iba echando el aceite de soja, que para los peruanos es el gran sillao. El plato estaba casi listo pero sentía un olor diferente, extraño, no malo, pero extraño.
Cuando pasé a probarlo, efectivamente el sabor era diferente. Le agregaba sal pero no podía arreglar ese sabor intruso en el plato. Sentí una profunda desilusión. No entendía que podía haber pasado. Luego recordé que cuando fui a comprar la cebolla china no la había visto muy agraciada, la había olido, volteado y hasta comparado con ramas similares y aún así no dudé de ella.
Volví a probar el plato, pero seguía igual, con un sabor fuerte y amargo. Me dio mucha pena porque Martín no comería el ansiado arroz chaufa que extrañábamos tanto.
Él fue muy generoso y dijo que el plato estaba muy rico. Yo sabía que me engañaba para no hacerme sentir mal.
Horas más tarde me encontré con nuestro amigo David Kamt (médico acupunturista, peruano, chino, bromista) vía chat, le comenté sobre mi arroz chaufa, le dije que no había salido muy bien. Él se rió de la situación, una peruana –casi china– en China…
Riéndonos, en realidad burlándonos, le comenté sobre la desagraciada cebolla china que le había echado y mencionó las palabras mágicas: "en China no existe la cebolla china".
No lo podía creer, esto era una broma seguro. Pero no era una broma, era la verdad.
No existe la CEBOLLA CHINA que los peruanos conocemos como CEBOLLA CHINA. A los ojos parecida tal vez pero de sabor muy diferente y fea sí es.
Después de esto pude aliviar mi alma porque todavía quedaba bastante arroz chaufa para recalentar.

Traicionera cebolla "china"

miércoles, 19 de enero de 2011

LA LENGUA


Mis días en Beijing oscilan entre el silencio y la desbordante energía de los chinos por comunicarse.
El silencio, porque la mitad del tiempo la paso sola sin expresar sonido alguno. La otra mitad del tiempo, trato de comunicarme –como puedo– con los amigos chinos y no chinos.
1.- La señora que viaja en moto.
Una chinita regordita muy amable viene a casa a ayudarnos con lo pesado de la labor doméstica. La comunicación entre ambas es magnífica. Ella habla chino y yo español. Hablar con ella es tan fantástico que juntas nos entendemos a la perfección. Puedo comprender qué quiere, qué me propone, qué me pide.
Por otra parte, yo hago todo lo que ella quiere. Para no discutir la complazco en todo. Si quiere seguir usando la lavadora, pues que la use, total, lavar la nada no gasta detergente. Si quiere usar el teléfono de casa, pues que lo use, no importa, el crédito igual se va a gastar.
Después de haber terminado con sus deberes y haber conversado amenamente, parte a retirarse no sin antes llevarse la batería de su moto eléctrica que por supuesto había dejado cargando en el enchufe de casa.


 2.- Conversaciones en el restaurant.
Salir a comer con Valentina (joven italiana) y Yang (jovenzuelo chino) es muy ameno. Entre el italiano, chino e inglés –que no puedo entenderles ni a los chinos ni a los italianos– y mi nativo español, las conversaciones en el restaurant son muy ligeras.
El lunes pasado fuimos a un evento ítalo-chino. Los cuatro sentados en la mesa hablando en inglés rudo, italiano y por momentos en chino, me hacían olvidar mi lengua original.
Es sorprendente la facilidad con la que Martín puede pasar de un idioma a otro. Su italiano e inglés son tan brillantes que va y viene como cuando uno cambia de canal. Su chino avanza con tal rapidez que es sorprendente y su español es en realidad un “castellano perfecto” (palabras de Consuelo).
Mi inglés, carente; italiano, escuchado y casi entendido; chino, nulo. Español, en práctica.
En un momento de la noche me paré para ir al baño. Cuando regresé me encontré con un invitado. De pronto me miró y comentó. No podía creer lo que estaba sucediendo, entendía todo con tal claridad que pensé que Dios me estaba dando la gracia divina del don de LA LENGUA universal. Cuando entré en razón, me di cuenta de que el sujeto me estaba hablando en español. Fue un momento muy singular. Mi cerebro al parecer no pudo hacer ese pase lingüístico inmediato como el que hace Martín con total comodidad.

Ilustres intérpretes

Vivir en un lugar con un idioma tan diferente me hace reflexionar sobre las lenguas adquiridas y aprendidas, y por ahora sólo puedo acotar que las palabras son como música que endulzan al oído, más que un medio de comunicación.

domingo, 9 de enero de 2011

EL BUEN COMER


Comer en Beijing es un privilegio soñado.
Rectifico: lo primero que llamó mi atención ha sido, y lo será hasta el día en que me vaya, los sabores gloriosos que proporciona la comida China.
El sábado once tuvimos el almuerzo con los compañeros de trabajo de Martín. Me daban la bienvenida (brevemente narrado dentro del post JET LAG). La mesa era la típica de un restaurant chifa peruano: circular con bandeja giratoria en el medio. Empezaron a llegar los platos. Cada uno tomó los palitos pertinentes. Yo agarré los míos, un tanto nerviosa –porque comer sushi no es lo mismo que comer comida china con palitos– y empecé a manipularlos. Sorprendentemente maniobré una y otra vez cada bocado que degustaba. Probé todo, menos los platos con mariscos (soy alérgica a ellos). Estaba tan fascinada que no me cohibí en seguir probando y probando. De hecho en un momento todos dejaron de comer, pero yo seguí picoteando.
Los días pasan y los sabores siguen trayendo a mis sentidos delicias tras delicias.
Siempre he disfrutado comer. Felizmente tengo un marido amante de la buena comida. Es así que todos los días nos aventuramos a las maravillas de la comida china. No es caro comer en Beijing, felizmente también, porque así podemos probar desde un restaurant tipo huarique hasta uno de servilleta de tela.


No pongo los nombres de los platos porque todo está en chino...

Todos los días vamos a un lugar diferente –hay muchísimos, en cada cuadra hay por lo menos 8 lugares de comida–, sólo en nuestra cuadra hay como 10.
Ayer por ejemplo fuimos a uno “de servilleta de tela”, que lo teníamos a dos pasos, exquisito. Devoré como si nunca antes hubiera probado bocado. Disfruto, realmente, la comida china. Lo fascinante es que hay demasiada variedad. Hay comida de todas las regiones y de los países más cercanos (como, Tailandia, Mongolia, India).

 Plato típico de Taiwan

Pero en esta enorme variedad de opciones, debo tener cuidado con mi alergia a los mariscos. Entre el poco chino –para mí es bastante– que sabe Martín y el lenguaje de señas, tenemos que hacernos entender sobre qué queremos y qué no queremos. Felizmente la carta casi siempre viene con fotos para cada plato. Pero eso no es indicador fidedigno. De hecho ayer, en una de las sopas que pedimos, que parecía no tener ningún marisco, terminamos encontrando, entre fideos de arroz, vegetales y bolitas de carne al estilo wan tan, unos cuantos langostinos, calamares y caracoles nadando felices por ahí. Lo bueno es que tengo a mi catador personal, Martín prueba siempre primero el plato. Luego de corroborar la no existencia de estos exquisitos seres marítimos –porque que sea alérgica no quiere decir que antes no los haya disfrutado, recuerdo claramente que me encantaban– paso enseguida a degustar y deglutir la maravillosa comida china.


Como en Perú, casi todo viene acompañado del rico arroz blanco (¡a mí que me gusta tanto!). Y los guisos varían entre lo dulce, lo salado y lo picante. La comida china tiene mucho picante. También están los platos salteados, todos éstos muy diferentes a la tan conocida comida chifa en nuestro país. A pesar de esas diferencias, encuentro también unas cuantas semejanzas, como la del arroz, o la forma de preparar los guisos y la comida salteada, pero indudablemente los sabores son distintos.


Tal vez no se aprecie en la foto, pero el plato es realmente generoso.

En lo que sí nos ganaron es en el plato bien servido. Los peruanos somos conocidos por comer bien y en abundancia, pero los chinos llevan esto al extremo: sus platos son realmente platazos.
Sólo puedo decir que cada día en Beijing es una nueva aventura culinaria, como diría nuestro Gastón.
Continuará…

viernes, 7 de enero de 2011

ESCUPITAJO


Lo primero que llamó mi atención en Beijing ha sido, y lo será hasta el día en que me vaya, el desbordante ESCUPITAJO que sueltan los lugareños de esta ciudad.
No es un escupitajo cualquiera, es el señor escupitajo.
Hay toda una secuencia de pasos para lanzar dicho moco.
Sonido y carraspeo ondulante, repetido unas 4 veces, haciéndose cada vez más fuerte hasta lanzarlo al suelo, con un estruendo chirriante al oído, sentido, gusto y sentimiento. Y si tienes ganas de verlo, puedes voltear y corroborar su existencia.
Si vas por la acera, sal de ella. Si vas del otro lado de la cuadra, sal de ella también. Si escuchas el carraspeo pero no logras distinguir de dónde viene, cúbrete en algún lugar, métete en una tienda, o simplemente grita ­–como hago yo–, para que lo lancen lo más lejos de ti.
No importa la edad, la condición social, igual lo van a lanzar. No importa si van acompañados, si tienen a la mujer al lado, otra vez lo van a lanzar.
Trato de buscarle explicaciones al tema. Pienso: quizás están enfermos. No. O es una manera de marcar territorio, de decir acá estoy, respétame. O simplemente es una costumbre, mejor dicho una extraña costumbre, de escupir porque simplemente lo aprendieron y no tiene explicación.
Le pregunté a un amigo extranjero afincado hace años aquí, y me contó que circula la leyenda de que Mao tenía “dichosa” costumbre, y que por imitar a su líder, se volvió un hábito generalizado en este país. También me dijo que en otras ciudades de China ya no lo hacían, que era una vieja costumbre.
El misterioso habitante del departamento de arriba, lanza –sabe dios dónde– estos escupitajos cada tanto. Obviamente no se me ha ocurrido asomar la cabeza para ver dónde cae. Eso sería catastrófico seguro.
Estás en el subte, esperando a que llegue, y también pueden lanzar uno ahí! Todavía no he visto que lo lancen dentro del vagón, creo que ese día, simplemente, moriré.
Martín me había avisado de esto, pero no creí tal cuento. Pensé que serían como los escupitajos que sueltan algunos compatriotas, modositos escupitajos que alguna vez hemos visto en las calles de nuestra ciudad capital.
Si no vienes de turismo, como es el caso, tienes que ponerle buena cara o tomarlo a la ligera, porque sino no la vas a pasar muy bien. Yo no me lo tomo ni a la ligera ni le pongo buena cara, pero igual la estoy pasando bien.

JET LAG

Al parecer no fui presa del JET LAG. Llegué a Beijing el viernes diez a las 9pm hora local. Cuando en realidad mi sistema horario marcaba las 8am del mismo viernes.
Previo a eso, había dormido todo el vuelo. Mis horas acostumbradas. En teoría debía estar lúcida porque recién amanecía para mí. Pero era la noche, y claro, yo no tendría que tener sueño, porque no era mi noche. Llegamos a la casa, a mi nueva casa, me di una ducha, me puse la pijama y me acosté en la cama. Era la nueva hora de dormir. Cerré los ojos, me abracé a Martín y dormí placenteramente hasta el día siguiente. Mi nuevo día siguiente.
Siempre tuve problemas con el sueño. Mi hermana puede dar fe de eso. Y mis amigos más cercanos también. Saben que me duermo en todas partes, repito, en todas partes. En un concierto, ahí también puedo dormir.
Mi primer día, sábado once, me la pasé arreglando mis cosas, guardando mi ropa. Luego me alisté porque iríamos a almorzar con los nuevos compañeros de trabajo de Martín.
El almuerzo estuvo exquisito. La conversación amena. No entendía nada de lo que allí se relataba. De vez en cuando soltaba un “I like it. I like mushrooms.” No sabía si me entendían. Miraba a Martín para que me dijera algo. No conversábamos. Terminó la reunión y volvimos al lugar de trabajo. Yo me despedí y me fui a la casa, a pata, solana.
Seguí arreglando algunas cosas. Se hicieron las 4 de la tarde, y me entraron unas ganas tremendas de echarme una siesta. Sabía que Martín vendría tipo 5 y saldríamos a hacer unas compras. No me resistí a los encantos del sueño. Me deposité en ellos, tanto así, que cuando llegó Martín no tuve la conciencia para salir de ahí.
Acá Yasmín puede aseverar lo narrado. Me sacudió, me gritó, me amenazó hasta que se rindió. En la inconsciencia de mi estado juraba levantarme cuanto antes. Nunca lo hice. Un ser endemoniado se apodera en esos momentos de mí, me posee, me inmoviliza, me domina.
Podríamos decir que eso fue un síntoma del JET LAG. No puedo asegurar eso.
Cuando era chica e iba al colegio, se repetía exactamente el mismo patrón. Me echaba una siesta y mi hermana hacía lo imposible por sacarme de ese estado pasivo y chorreado que no me dejaba hacer las tareas ni me dejaba ser una persona socialmente normal.
Además, la noche siguiente de mi llegada, la segunda noche, dormí exactamente igual, de manera placentera y natural.
Y así en adelante se sucedieron los días posteriores en Beijing, como si siempre hubiera estado aquí, con mi nuevo horario y mi eterno sueño.

“Sos una persona básica, si tenés sueño, llorás por dormir, si tenés hambre llorás por comer” (Martín Tufró)

“ Y claro, como pajarito, a ti te cierran la jaula, te ponen la mantita y chau chau hasta mañana” (Alina Ferrand)

20 de diciembre 2010